sábado, 5 de julio de 2008

Fragmentos

¡Ya! ¡Sí sé! Estoy más flaco. No me lo sigan diciendo. Es que no me quiero pesar. Sería mucho más lindo si me preguntasen por qué estoy más flaco. Eso sí que sería lindo. Al parecer mi cuerpo no quiere seguir alimentándose como antes. Rechaza cualquier cosa que algún día será desechada, cualquier cosa que algún día ya no sea lo que es, cualquier cosa que se vaya. Cómo tú guapo, cómo tú. Tú has sido lo mejor que ha estado en mí. Tengo la sensación de que voy a desaparecer y mis costillas serán lo único de lo que me podré enorgullecer.

Hace nueve años que perdí mis rodillas. Sí. Pasé tres meses levantándome y sentándome con ayuda y con dolor. Sin poder pedir perdón. Sin poder hacer la posición del niño. Una tarde de primavera en séptimo básico mi mejor amiga me perseguía por la terraza del colegio, y yo, corría feliz de la vida sin saber que el destino me tenía preparado qué porrazo. El doctor dijo “tienes un pedazo del cartílago molido en ambas rodillas, no hay operación ni nada. Vivirás con esos cototos hasta la tumba”. Vivirás con ese dolor hasta la tumba. Cargarás con esas rodillas malas hasta la tumba. Llevarás la marca del dolor en ti hasta la tumba. Será mejor que te busques unas rodillas nuevas. ¿Alguien quiere compartir sus rodillas conmigo?

Cambiando de piel. Equilibrando. Avanzando. Tratando. Siempre me he sentido distinto a ellos. Es por eso que me voy. Como que no me creen. No puedo soportar ver cómo un joven deja pasar por delante de sus ojos la paternidad, el tesoro de ser padre. Que se pudra. Niño, qué ganas de traerte conmigo, pero lamentablemente la vida quiso que otro te diera la vida en vez de mí.

Mi patria es donde comí, el patio donde jugué, el colegio donde estudié, el almacén de al lado, la calle de mi pasaje, la cama de mi madre, el pecho de mi padre, las rodillas rotas, el cassette pirata, la feria del domingo, el atardecer del verano, la escondida con los chiquillos, el jugo seco, el chúpate el dedo, los dulces de a $1, las guagüitas, las sailor moon, el álbum y las láminas de los caballeros del zodiaco, el uniforme del colegio, la anotación positiva, los dientes de leche. Esa es mi patria. No un pedazo de tierra llamado Chile. Mi patria ya quedó atrás.

Necesito sangrar. Botar el néctar del dolor que se guarda en mi pecho. Necesito ver mi cara reflejada en las gotas de sangre que caen en el suelo de mi sala AT6. Mi reflejo en mi sangre es chiquitito. Así me sentí en el quinto mes del año mientras mis compañeras mostraban su ejercicio de actuación.

Yo no estaba preparado. Caminar aquella noche. Sentir el frío. Sentir que me querías. Sentir que me apoyaba en tus rodillas. Sentir todo eso me hizo pensar que después de nueve largos años la vida me había mandado las rodillas que tanto esperé. Pero no. Todo fue un lindo recuerdo, una hermosa anestesia para mis cartílagos.



Ahora soy un ser flaco, sin patria y sin rodillas que lo sostengan. Las penas se deben guardar en una partecita de tu cuerpo para así poder avanzar. Y recuérdalas con una brillante sonrisa y una triste lágrima de felicidad en tu cara.

Y yo te digo todo esto chico guapo. Hay que saber escuchar las verdaderas palabras del amor. Esas no se escuchan con los oídos. ¿Podrías adivinar con qué se escuchan? Es difícil saberlo.
¿Te cuento un secreto?, ¿sabes cuál es el lugar más triste del mundo? Una oficina de correos abandonada y llena de viejas cartas que nunca fueron entregadas, llenas de hermosas palabras y de sentimientos que nunca pudieron ver el reflejo del sol en los ojos de su destinatario; ese es el lugar más triste del mundo.


“Un niño que llora en el desierto; eso es el amor”
Pablo Neruda.