Siempre me llama la anteción la gente triste. Melancólica. Triste, pero de verdad. La gente alegre, la alegría es más simple, hasta tonta, es menos compleja. En cambio la tristeza demanda un estado interno fuerte, un ocio que reflexiona a cada segundo del día: en el desayuno, en el almuerzo, en el baño, mientras te comes las uñas; estás triste y no paras de reflexionar. Así fue como hoy me fijé en ella. En la playa, jugando ese estupido jueguito playero de esperar la ola y arrancar con pasitos cortos para que no te moje lo que queda de ola. Es un jueguito, que confiezo me hace reir, risitas de niño y me alegra. Yo de veinticuatro años jugando a eso. Estaba feliz. Miro hacia el lado derecho y allí estaba un niña de aproximadamente 10 años, blanca, pelo castaño claro, crespo tomado en una trenza y un joke, ojos claros y felices, pero de esa felicidad pura, esos ojos que son como cuando miras el agua, como sin fondo aparente. Ojos totalmente entregados al simple momento de jugar ese estúpido jueguito de arrancar de la ola. La niña blanca era tan melancólica, delgada, blanca e inocente. Ella miraba tan fijamente hacia el mar por segundos prolongados y lo disfrutaba tanto que por unos instantes pensé que ella debía padecer alguna deficencia que le permitía ser absolutamente inocente y pura. Pensé. Harto rato. Quise ser como ella, por un segundo pensé que ella sentía lo que estaba pensando. El mar me alegra, me sentí feliz esos momentos viendo a la niña blanca y etérea disfrutando del mar, mirándolo fijo y de arrancar de las olitas. Fui feliz yo también. Es en estos momentos cuando te recuerdo y trato y logro de incertarte en mis recuerdos y momentillos de felicidad como este, darte la mano y arrancar juntos de las olas y jugar este jueguillo estupido. Si tan solo pudieramos ser como ella, ella que disfrutaba de mirar con la mirada perdida a la mar, de saltar las olitas en ese jueguito estúpido, de tener esa felicidad que se veía en sus ojos, esa felicidad estúpida y de mirada ida, felicidad inocente y que nadie tiene derecho alguno de enjuiciar; felicidad de niña flaca, pálida, ojos claros y profundos como cuando uno mira el fondo de un lago. Qué felicidad. Siempre he pensado que la felicidad es livianita, poco profunda y hasta estúpida y que la tristeza es profunda y con contenido. Hoy vi a esta niña tan feliz con tan poco y me dieron ganas de correr a busacarte al sur y traerte a la playa y decirte: "Mira...esa es la niña de la felicidad estúpida que tanto me hace falta y que quiero compartir contigo.¿Te gustaría?¿qué me dices?..." Llega una ola y me moja los pies. Te miro, tus ojos que tú sabes que tanto me gustan...¿te gustaría?¿qué me dices?...
domingo, 24 de enero de 2010
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